El asco posmoderno a nuestro pasado

Kant políticamente incorrecto

Hace un tiempo hubo una pequeña polémica por la propuesta de algunos ministros españoles de promover una «cultura de defensa» entre los jóvenes. ¿Qué significa eso de la cultura de defensa? No es nada del otro mundo: enseñar qué hacen nuestras Fuerzas Armadas dentro y fuera de España, conocer los aspectos básicos del Ejército y (espero que ustedes me perdonen) su contribución a la paz. Más allá de lo que podamos opinar sobre el partido X o Y o la coyuntura política, a mí me parece una medida interesante. Si tenemos en cuenta la falta de conocimiento total sobre asuntos militares que padecemos, la reciente proliferación de bulos sobre la guerra contra el EI (incluye creer que un Mil Mi-24 era un AH-64 Apache) o la geopolítica de andar por casa que solemos manejar en nuestros muros de redes sociales, un poco de cultura militar, la verdad, no vendría nada mal. Porque no tenemos ni idea, más allá de que un AK-47, como decían en El señor de la guerra, lo puede disparar hasta un niño y que lo llevaban los terroristas en el Counter Strike.

Lanzada la propuesta de la cultura de defensa, no tardaron las reacciones en Facebook. En lo personal, me gusta tener en esta red social a gente de diversas coordenadas políticas para evitar el aislamiento ideológico. Y un grupo de lo que podríamos llamar la izquierda indefinida se quejaba de que enseñar estas cosas era «adoctrinamiento belicista». Además, como la idea del gobierno incluía la educación en los símbolos nacionales (el escudo, la bandera y el himno), aquello se convertía en un festival de etnomasoquismo. Por lo visto, es una «locura anacrónica» que los niños españoles conozcan y sepan qué representa la bandera de España o la misma idea de España. Lo irónico es que algunos de los que se manifiestan contra esto, admiran por otro lado a algunos adalides del marxismo-chandalismo hispanoamericano.

Carga del Farnesio, Ferrer- Dalmau.
Cartel republicano de la Guerra civil (1936-1939). José Espert.
Cartel republicano de la Guerra civil (1936-1939). José Espert.

A mi juicio, esto forma parte de un problema más general e importante. Nosotros, posmodernos, burgueses y progresistas, no queremos saber nada de la guerra. La guerra es sucia, fea y violenta, y nosotros nos vemos por encima de la violencia, aunque el resto del mundo esté a sus cosas. Nos hemos acostumbrado en Europa a la Pax Americana, que reina desde la derrota del Eje en 1945, fue fortalecida por la caída del Muro y es sustentada por portaaviones de 80.000 toneladas. Nos parece algo natural. Para el posmoderno la violencia forma parte del pasado y tiene la convicción de que lo pretérito, por resumir, es el mal. No es simplemente la idea de que en el pasado, como decía Thomas Hobbes, la vida era brutal, miserable y corta. Va más allá: nuestros antepasados eran unos incultos, ingenuos, machistas, xenófobos y nosotros, piensa el posmoderno, somos moralmente superiores y tenemos el sagrado derecho de ignorarlos. Tampoco queremos saber nada de las naciones. Ser español se considera algo rancio y fascista y defender tu propio país es poco trendy. Los europeos ahora somos cosmopolitas, vegetarianos, pacíficos, respetuosos, multiculturales, poco contaminantes y, agrega el español, poco patriotas. Da igual que el español posmoderno admire hasta el punto intensito a países «más avanzados» donde, de hecho, se considera de mal gusto odiar a tu nación.

Como dice Gregorio Luri, el posmoderno nunca se pregunta ante un texto antiguo si lo que dice es verdad. Se limita a contemplar las hazañas de los héroes de su patria o la gran conversación de los clásicos como un turista «admira» un cuadro desde la pantalla de su móvil: desde la distancia o la indiferencia. Desde nuestra atalaya arbitraria del siglo XXI, marcamos la frontera entre nosotros y nuestros antecesores, nos desraizamos y somos individuos flotantes, átomos sociales libres de ataduras y tradiciones, californianos. Descubrimos el Mediterráneo todos los días, seguimos todas las modas intelectuales por nuestra falta de prejuicios y confiamos en un futuro repleto de maravillas sin fin, sin dolor ni sufrimiento, prácticamente un paraíso teilhardiano. El posmoderno tiene fe en el progreso indefinido de la moral, aunque eso lo convierta en un bárbaro para sus angélicos descendientes.

El viejo Platón ya es hate speech y la filosofía, reconocía la UNESCO, tiene el deber de defender la democracia, la tolerancia y la paz; a pesar de que Sócrates, que fue ejecutado con todas las garantías legales por la democracia ateniense, ejemplifique mejor que nadie el hecho que la filosofía y la democracia (antigua y moderna) han tenido una relación conflictiva, por decirlo de forma suave. Pero el posmoderno se pregunta  para qué quiere filosofía si tiene libros de autoayuda, si quiere la felicidad, si no desea el esfuerzo ni la dureza en su vida. Si, encima, la filosofía misma ya se ha convertido en una religión laica plagada de frases utópicas de Eduardo Galeano, como hemos comprobado echando un vistazo a las defensas de la filosofía en Bachillerato que han sido perpetradas estos meses. Si evita las «cosas tóxicas», como cualquier libro de aforismos de Emil Cioran o la agonía vital de Miguel de Unamuno.

gentetoxica

Que hasta algunos autodenominados marxistas asuman que el pasado les da asco y que no tiene nada que ver con ellos tiene su gracia. Marx veía a la lucha de clases, cierto tipo de guerra, en definitiva, como el motor de la historia. Para Engels, la historia era «la más cruel de todas las diosas» y su carro triunfal pasa «por montañas de cadáveres» siguiendo su destino. A pesar de su actual e interesada retórica pacifista y «empática», Pablo Iglesias tiene claro que el poder es una cuestión de fuerza, esto es, es más leninista que los leninistas del presente, aunque ambos se presenten como albigenses de cara al público, o como «máquinas de amor». Tras la caída del imperio soviético, por influjo de mayo del 68, los frankfurtianos y el auge del universalismo, el materialismo dialéctico de tanques, guerrillas y bombas atómicas perdió fuste frente a un socialismo náufrago sin lecturas serias que pretende redescubrir la política en una asamblea. La pacificación de Europa (genética y cultural) nos ha conducido a la búsqueda del predominio de los rasgos gráciles frente a los robustos, una buena definición del progresismo indefinido contemporáneo. Esto lo percibimos también en el juvenalismo contemporáneo, donde la juventud se sacraliza en tanto que juventud («la juventud cambia las cosas», «es la etapa más fogosa e imaginativa») y se percibe como el momento ideal para la política; contra los antiguos, que valoraban más la madurez y la prudencia aparejada a una larga experiencia con los avatares de la vida. Y lo mismo ocurre con el creciente elogio de los sentimientos y del victimismo.

Lo curioso es que la cultura que disfrutamos está repleta de elementos robustos. Las películas, los videojuegos y los libros que más se venden y disfrutan implican ciertas dosis de violencia y conflicto. Como le escuché una vez a Eduardo Zugasti, en cierto modo la cultura friqui implica cierta nostalgia de las tradiciones de honor y guerra. Los podcasts de asuntos bélicos crecen. A su vez, las fronteras vuelven con fuerza y la historia también. Los pueblos no europeos, ajenos a nuestro universalismo particular, siguen a lo suyo, y con más orgullo en sí mismos que nunca.  Los de la frase «es increíble que exista X en el siglo XXI», deberían replantearse si de verdad el ángel de la historia está soplando hacia algún sitio. O al menos si está soplando con la fuerza que esperaban.

En su introducción a La rebelión de las masas de Ortega y Gasset, Saul Bellow definía ya en 1985 al hombre posmoderno: «Al hombre corriente le gustan las mordazas. Es un niño mimado que pide diversión, propenso a las rabietas. (…) Su único mandamiento es ‘Esperarás comodidad'». ¿Es eso lo único que nos cabe esperar?

El pasado sugiere que no.

El asco posmoderno a nuestro pasado

3 comentarios en “El asco posmoderno a nuestro pasado

  1. Lo más interesante de esta cultura supuestamente «friki», podcast de historia militar, editoriales, etc, es que surgen y prosperan con absolutamente todo en contra. Simplemente reflejan el interés de la gente, de los hombres, en este caso. La mayoría del modelismo militar está fabricado en Asia (e Italia: Italeri y Dragon) y son modelos de Wehrmacht. Leí un post en un blog, no recuerdo donde, en un tono moral bastante alarmado, pero que no acababa de entender por qué la gente hace tantos «panzer». Eso tiene poco que ver con la atracción hacia la ideología nazi en concreto, es un admiración hacia valores «robustos» que van más allá. La gente no hace «Mathildas» o «Churchills» porque saben que los ingleses fueron pésimos combatientes. Y en España la reivindicación de héroes de guerra como Blas de Lezo, hecha también de espaldas al «establishment» académico y educativo, y que también va en contra de la educación en armonía, también va en la misma dirección.

    Me gusta

Deja un comentario